Un brote
infeccioso, una epidemia convierte a los argentinos en caníbales o mejor dicho:
bichos, como los llama Horacio a lo largo de la novela. Una pequeña parte de la
población se guarece en Pompeya, ciudad que no conozco personalmente pero que
al terminar el libro uno se siente del barrio, rasguñando recuerdos que el
autor deja en manos de su protagonista para hablar un poco de lo que vivió en
esas calles.
Los
capítulos van y vienen en el tiempo, hilvanando la historia de una manera digna
de haber ganado el premio Celsius —mejor novela de ciencia ficción o
fantasía de la XXXI Semana Negra de
Gijón—, pero más allá del premio —que es un honor como argentino—, que tiene
mucho valor, cada lector es un mundo y por eso destacato la mano de Horacio
para contarla, y acá no hay premio que valga. ¿O sí?
Lo lindo de
escribir algo sin hablar de eso en forma directa es un ejemplo de lo que hace
un buen escritor, y en Los que duermen en el polvo esta herramienta se ve de
principio a fin. Los bichos, los zombis o como quieran llamarlos, están
presentes de manera constante, pero como un marco; la pintura tiene que ver con
la vivencias del protagonista y los secundarios que orbitan entre la
argentinidad al palo y la desesperación política que los acorrala más que la
epidemia. Los adoquines húmedos de Pompeya guardan secretos entre los pocos
habitantes que quedan y ahí comienza las investigación, lo negro del texto.
Una buena
manera de contar las historias es contarla desde lo que nos falta; y acá, el
protagonista vive porque sí, porque trata de entender las cosas que lo están
matando por dentro y eso es sobrevivir. Si dividimos la novela en todas sus
facetas y las pesamos, ganaría la construcción del personaje principal, lo real
de él. Los finales de cada capítulo que se intercalan con el pasado no son
precisamente un gancho literario, sino un gancho a la pera, duro y seco.
La
construcción de la pequeña comunidad que se arma —supongo— por si sola, recrea
las ideas y vueltas de un poder latente, de una cabecilla que piensa contra uno
que siente. Y, entre ellos, los sentimientos y los golpes te llevan a un final
donde los nudos se desatan y las puertas son golpeadas por el miedo.
Gran
novela, gran. ¡Recomentable!
Datos del autor
Horacio
Convertini
Argentina |
1961
Es
periodista, fue editor jefe de la sección Policiales del diario Clarín, y una
de las voces más potentes de la nueva literatura negra argentina. Ha recibido
importantes premios como el Internacional de Novela Negra y Policial Azabache o
el Memorial Silverio Cañadas (2013), que se otorga en la Semana Negra de Gijón
a la mejor opera prima, con La soledad del mal. Asimismo ganó el Concurso de
Novela Negra Extremo Negro-BAN! con su novela El último milagro.
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