Ana
Terminé el libro y lo dejé sobre la mesita de luz. Cerré los ojos
y traté de no pensar en la historia para poder dormir, pero se me hizo
imposible desprender la protagonista del fondo de mi cabeza. Los demás
personajes que sobrevivieron eran parte de mí. Ya formaban parte de mi historia
propia. Al cabo de unas horas logré dormirme, despejado.
Llegó el nuevo día y me levanté para vivirlo, sin pensar en su
ausencia. Fui a trabajar y las horas pasaron pesarosas. Una parte de mí se
mantenía con la misma historia que había terminado la noche anterior, y la otra
armaba artefactos metálicos como si estuviera en el auge del fordismo: sin
respiro.
Salí cansado, pero con ganas de seguir con las horas que quedaban.
Llegué a casa y me puse a acomodar todo de mala gana. Si no había alguien para
que lo disfrute, si ya no estaba Ana para ver lo que hacía, ¿de qué servía? Si
era por mí, ni siquiera me haría de comer, pero por algo tenía que seguir.
Cansado, no cené. Ni siquiera me había acordado de prender las
luces. La iluminación del exterior relucía entre el barniz limpio de los
muebles que había heredado de mis abuelos.
Una vez acostado, decidí volver a leer el libro para olvidarme de
los días que estaba viviendo. Eso hice. No tuve que levantarme para ir a
trabajar, no me había dormido.
Ese día pasó a mitad de marcha. Todo fue en cámara lenta. Los
recuerdos de ella me tumbaban. Distintos puntos de mi vida quedaron marcados
para siempre.
La casa estaba limpia. Todavía mantenía el olor a desinfectante
que había usado el día anterior. Entré directo a la habitación y abrazado por
las sombras recorrí con la vista el lugar, esperando que se acostumbren a la
oscuridad. Noté que algo se movía sobre la cama. Una figura.Una pequeña estaba
sentada en el borde, apoyada en la mesa de luz. Prendí la luz asustado y
desapareció. El libro estaba abierto en la última página. Lo cerré de un golpe.
Esa noche no lo iba a tocar más. No quise pensar que pasaba. Me acosté, vestido
como estaba y con los recuerdos de mi Ana sobre mi piel oré, lo mismo que todas
las noches:
“Daría lo que fuera por tenerla algunos años más. Si es posible…
cambiaría parte de mis años, de mi vida.” y al momento me dormí.
El sábado había sido fatal. Extrañaba trabajar para despejarme
pero pasó. La tormenta del domingo me despertó alrededor de las cinco de la
tarde. El despertador no sonó, la luz se había ido mientras dormía. Así como me
olvidaba de comer, me olvidaba de las velas. No me levanté de la cama salvo
para ir al baño. Me llevé algo por delante, pero no paré a tantear que era. Al
volver, no pude entrar a la habitación. La figura que se había aparecido antes
estaba situada en el mismo lugar, con su rostro sobre el libro. No quise
prender la luz para que no se fuera. Decidí acercarme, opacando los ruidos.
Pasé el ancho de la cama e intenté mirar su rostro. Me acerqué un poco más y al
estirar mi mano para tocarla… se desvaneció.
El libro estaba abierto en la última página.
“Pá, él te cumplió mis visitas. Él te va a
cumplir todo”.
Me petrifiqué. Tenía la fecha del día que la vi por primera vez.
Tembloroso como las palabras de mi nena seguí leyendo.
“Pá, voy a seguir viniendo, pero mañana tendrías
que ir al médico. Un día mío, son dos tuyos”.
Cerré el libro y leí sobre el lomo un garabato escrito con crayón
“Diario íntimo de Ana”.
Me senté, respiré hondo y aguanté la punzada de dolor en mi pecho,
aceptando el trato desde ese momento.
—Hola, pá —susurró en una caricia.
Qué buen relato, Esteban.
ResponderEliminarLo vuelvo a leer, y vuelvo a sentir esa mezcla de angustia, miedo, resignación y esperanza que siente el protagonista.
Gran cuento, sin dudas. Te felicito.
¡Saludos!
¡Qué grande! Siempre al pie del cañón. Los sentimientos están para sentirlos y si te hice sentir algo ya estoy satisfecho :)
EliminarGracias, Juan.